El Fordismo
El Fordismo
El fordismo es una forma de organización de la producción industrial
caracterizada por una gran especialización del trabajo, estructurada a través
de, cadenas de montaje, maquinaria
especializada, salarios más elevados y un número elevado de trabajadores en
plantilla llevada a la práctica por Henry Ford a partir de 1908 en sus
fábricas de automóviles.
En cierto modo, se puede decir que Ford materializó los planteamientos
de Taylor, pero partiendo de un objetivo distinto. Mientras que el Taylorismo
busca el perfeccionamiento del sistema de producción, a través de la
optimización de procesos esperando una mejora de los resultados económicos
gracias a ello, el Fordismo busca maximizar los beneficios y encuentra como
solución diseñar un sistema de producción basado en la estandarización y la
atomización y organización de procesos, que reduzca los costes y permita
producir un gran volumen de oferta a bajo precio de venta. A la vez, el
Fordismo propugna una estimulación de la demanda a través de salarios
relativamente altos con la idea de que a mayor salario y menores precios se
daría un mayor consumo, lo que cerraría un ciclo producción masiva-consumo
masivo.
El Fordismo como Teoría (implícita) económica y como Ideología
El concepto de "Fordismo" se entiende aquí como una importante
forma de organización industrial de economía de producción en grandes series y
orientada a la "distribución". Distintas formas de realización de
este tipo de organización industrial se difundieron por todo el mundo
industrial desde los años de la Primera Guerra Mundial hasta
mediados de los setenta, en que este sistema empezó a dejar paso a nuevas
formas de organización industrial.
El Fordismo se ve como una "filosofía" y forma de
concebir los mismos fenómenos productivos en que diversos factores, no sólo de
técnica o de organización del trabajo, sino también de carácter incluso
ideológico, son relacionados dentro de un marco general.
Además, al elaborar este concepto, debe distinguir entre
el Fordismo puro, tal como lo desarrolló su autor en sus fábricas de
automoción, y el Fordismo desarrollado o
"Fordismo Moderno"
El tipo de gestión fordista presenta ciertos rasgos generales que le
caracterizan:
* Enfoque economicista: Podemos distinguir el Fordismo del
Taylorismo por un desplazamiento del centro de interés. Para Taylor,
en un horizonte técnico-ingenieril, lo más importante era la organización
"interna", la estructuración de los "procesos". Y pensaba,
que sus soluciones técnicas resolvían de paso
los problemas económicos: reducir costes, asignar mejor salario e
incrementar los beneficios. Pero lo económico es un factor resultante. Para
Taylor la organización interna es lo primordial; Ford parte de que lo
importante es obtener beneficios, conseguir la mayor rentabilidad sobre la inversión.
Los procesos de organización son un puro medio para conseguir mejores
resultados económicos. El horizonte de Ford no es el del ingeniero, sino el del
capitalista que busca maximizar beneficios. Y esta puesta de agujas
marcará el estilo de producción americano.
* Aplicación de los principios de la economía de escala como forma de
reducción de costes. El desarrollo fordista llevará a los gigantes empresariales
que han dominado indiscutiblemente el mercado hasta 1974, pero que ahora son
considerados más como problema que como factor de éxito.
* Orientación a una economía de demanda. Ford supone un mercado sin saturar.
Pero además de estas ideas, en el Fordismo se configuró una
"ideología" de optimismo (infundado) sobre lo técnico y lo económico,
una ideología pronto difundida por todos los países industrializados y
envidiada en los todavía no desarrollados - que llegó a impregnar la
"cultura" de la llamada sociedad industrial: no sólo de los
directivos sino también de los mismos trabajadores y de los sindicatos que
aceptaron casi sin resistencias las duras exigencias del sistema.
Características del sistema fordista de organización de la producción -
El Fordismo puro como solución a los problemas en producción
Al parecer la idea sobre la fabricación en cadena le vino a Ford al
observar los métodos de producción en cadena en los grandes mataderos y
conservas cárnicas de Cincinnati y Chicago (el departamento de despiece
funcionaba desde 1905). Ford lo empezó a emplear consecuentemente en su fábrica
de automóviles de Highland Park, Michigan. En lugar de desp iezar, setrataría
en el método fordista de fabricar y "montar".
Ford basa toda su estrategia de producción en la intercambiabilidad y estandarización.
La diversidad del producto se reduce al mínimo y esto abarata el producto. Por
otro lado, la fabricación en masa en la cadena de producción implica un alto
grado de interdependencias entre los trabajadores. Esto permitía también
incluso sabotear toda una línea con muy pocos obreros: frente a la pasividad
del trabajador ante sus jefes en el plano de técnica de producción, se logra
al mismo tiempo una base de poder (en cuanto que se adquiere la
"chance" de imponer su propia voluntad ante la Dirección). Este es
sólo uno de los problemas que plantea la nueva solución, por así decirlo, como
"efectos secundarios".
Los principales problemas que resuelve el Fordismo son:
a) La falta de cualificación del personal. Para llegar a elaborar su
sistema, Ford no comenzó con reflexiones teóricas sobre la optimización del
trabajo, sino tuvo que resolver el problema práctico de trabajar con personas
de mínima formación (analfabetos funcionales), es decir, sin cualificación
para un trabajo técnico; convirtió la falta de preparación en una ventaja
competitiva al aplicar la división/especialización del trabajo, asignando
mínimas tareas a cada operario.
La atomización del trabajo implicada en este sistema implica un claro proceso
de simplificación de tareas lo que a su vez supone que el trabajador necesite
cada vez menores cualificaciones generales.
b) Solución y simplificación de los problemas de la organización del trabajo.
La introducción del trabajo en cadena resolvía varios problemas: En lugar de
gastar esfuerzos en preparar una complicada disposición de taller
("layout"), el trabajo en cadena suponía una innovación
organizacional que "racionalizaba" así tareas de planificación y
preparación de instrucciones [10]. En lugar de tener que regular procesos por
planes e instrucciones, el mismo ritmo de la cadena regula los procesos,
aunque de forma rígida. Pero eso evitaba el desarrollo desmedido de la
burocracia en los talleres y reducía el número de jefes.
c) Simplificación de los problemas de remuneración: Por otra parte, el trabajo
en cadena simplificó la complicación de los sistemas de remuneración e
incentivos El ritmo de la cadena dicta la cantidad de trabajo realizado, y no
es necesario inventar ya un sistema de salarios que incentiven. Los salarios no
son ya a destajo sino son salarios fijos. Se pagará por jornada, por horas y no
por obra realizada.
d) Medio para la reducción de los tiempos de fabricación: La organización
óptima del trabajo, ordenando personas y máquinas en el montaje de productos
uniformes, le permitió reducir los tiempos de fabricación. Así pudo reducir los
precios de venta. Esto le permitió lanzar el primer vehículo popular.
Consecuencias sociales
# Monotonía laboral
Uno de los problemas que tuvo que afrontar el planteamiento
fordista fue el de la monotonía del trabajo, que puede dar lugar a problemas de
productividad;
el modelo de desarrollo fordista se basa en tres componentes:
1. •El paradigma tecnológico de Ford,
o sea, taylorismo unido a mecanización.
2. •Un régimen de acumulación:
consumo en masa, crecimiento de salarios ligado a la producción.
3. •Modo de regulación: negociación
colectiva, legislación laboral y estado del bienestar.
#Sindicatos
Ford estaba contra la organización de la mano de obra y se opuso
resueltamente a la formación de sindicatos durante años. Las relaciones
laborales estaban en manos del célebre Ford Servíce
Department dirigido por Harry Bennett.
Acontecimientos problemáticos
Ford, en sus años seniles, llegó a confiar ciegamente en Harry Bennett,
antiguo boxeador profesional, que aplicaba en sus relaciones con los empleados
de Ford; tenia la creencia darwiniana acerca de la supervivencia de los mejor
dotados. Siempre empuñaba un fusil y guardaba una diana en su despacho. Henry
Ford, que durante un tiempo había sido el ídolo los trabajadores con
sus Five Dollar Day, que se consideraba sí mismo como un trabajador
corriente y que aborrecía a los capitalistas, llegó a ser conocidísimo como
explotador.
No extraño, por consiguiente, que entre las manifestaciones protesta y
las marchas del hambre que tuvieron lugar en Estados Unidos durante la Gran
Depresión, hubiese una constituida por parados de Detroit que se encaminase
hacia la factory de Dearborn. Una procesión de varios centenares de personas
formó en la primavera de 1932 y, cuando llegó Bennett y de su coche, alguien le
arrojó un ladrillo a la cabeza. Inmensamente sonaron disparos, algunos de la
policía de Dearborn otros de la propia policía de protección de Ford —en
realidad Ford tenía más policías en nómina que toda la ciudad Detroit—. Cuatro
de los manifestantes resultaron muertos, veinte fueron heridos. La tragedia
confirmó la hostilidad de Ford hacia los sindicatos y acentuó la pésima
reputación que tenía entre sus empleados. Siguieron más años de violencia
negándose Ford a tratar con los sindicatos. No fue hasta cuando por fin se
logró romper su determinación y, al votar los trabajadores en favor de la
sindicalización, Henry que prendido y apesadumbrado.
Durante el periodo comprendido entre 1937 y 1941, la Ford fue la única
empresa de vehículos que no reconocía de modo oficial a ningún sindicato para
representar a los trabajadores en la negociación colectiva. En un juicio oral
ante la Corte Nacional de relaciones laborales, Ford fue condenado por violar
repetidamente la ley nacional sobre relaciones laborales. Los hechos que se le
imputaron fueron elevados mediante una apelación ante los juzgados federales.
Se le obligó a negociar un contrato tipo, tras el éxito de la huelga que los
trabajadores de su principal fábrica de River Rouge, Michigan, llevaron a cabo
en abril de 1941.
Taylor
Pocos autores tan denostados y venerados
en la teoría y en la práctica de la administración y de la ingeniería
industrial como Frederick Winslow Taylor. De hecho, se le reconoce como el
padre de esta última disciplina y a su propuesta teórico-práctica como
“administración”.
Sin embargo, por extraño que parezca, da
la impresión de que pocos, tanto del lado de sus detractores como del de sus
fieles seguidores, han comprendido cabalmente y asumido en la práctica todas
las implicaciones de su propuesta. Muchos de los que se dicen tayloristas toman
de Taylor lo que mejor les acomoda, invocándolo únicamente para justificar sus
implementaciones sesgadas en los procesos productivos de las empresas. Así, en
la práctica empresarial, muchos administradores e ingenieros industriales, por
ejemplo, aplican únicamente su propuesta de organización y medición del
trabajo, pero tienen cuidado de no mencionar siquiera que también propuso que
al trabajador había que pagarle bien, ya que sólo así estaría interesado en
seguir al pie de la letra los métodos de trabajo que se le indicaran.
Por lo general, en las empresas en las
que se implantan sistemas de trabajo supuestamente con en la lógica taylorista,
en realidad lo hacen en forma mutilada, ya que no dicen ni hacen nada respecto
a retribuir adecuadamente al trabajador, tal como lo propuso el propio Taylor.
Por otro lado, habría que agregar que
las propuestas técnicas de organización del trabajo de F. Taylor tuvieron y
siguen teniendo implicaciones de tipo político e ideológico en la identidad de
los trabajadores debido al aislamiento que les provocaron como actores sociales
transformadores, dejando en las manos del patrón el control total del proceso
de trabajo.
En la exposición del presente trabajo
primeramente se hace un análisis de las principales propuestas tayloristas de
tipo técnico y organizativo del trabajo, las cuales fueron acompañadas de la
sugerencia explícita e ineludible de retribuir adecuadamente al trabajador, de
tal manera que se asegurara su involucramiento y motivación.
En segundo lugar, se revisan las
implicaciones ideológicas y políticas que tales propuestas técnicas tuvieron y
tienen sobre las relaciones de poder entre los principales actores
empresariales —patrones y trabajadores—, particularmente en lo relacionado con
el control del proceso de trabajo. Por último, se reflexiona sobre el
significado histórico de la propuesta de Taylor en la evolución de las formas
de organizar los procesos de trabajo y se contrasta con el llamado “toyotismo”
que tuvo su origen en el Japón de los años setenta
y ochenta del siglo xx y se ubica los
alcances de su pertinencia en las condiciones actuales de intensa competencia
en los mercados globalizados en los que se encuentran las empresas hoy en día.
El taylorismo: revolución
técnica
La gran motivación de Taylor para
desarrollar su revolucionaria propuesta para organizar el trabajo en las
empresas de principio del siglo xx, fue su preocupación por el gran desperdicio
de recursos que ocurría (y ocurre) en la sociedad estadunidense,
particularmente el del esfuerzo humano en los centros de trabajo. Nos es dable
—aseguraba Taylor— ver nuestros bosques devastados, nuestras fuerzas
hidráulicas malgastadas, nuestras tierras arrasadas por el mar en las
inundaciones; el agotamiento de nuestros yacimientos de carbón y de hierro se
haya próximo. Pero nuestro gran derroche de esfuerzo humano, que ocurre
diariamente por incompetencia, mala dirección o incapacidad, al cual Roosevelt
considera como una pérdida de “rendimiento nacional”, es menos visible, menos
tangible y sólo vagamente apreciable. Podemos ver y comprobar fácilmente el
derroche de las cosas materiales. Pero movimientos torpes, ineficientes o mal
dirigidos de los hombres no dejan nada visible o tangible detrás de ellos
(Taylor, 1994:129). Pero, ¿cuál era el ambiente laboral ineficiente que
prevalecía a principios del siglo pasado, y que dio lugar a las inquietudes y
preocupaciones de Taylor? El propietario-gerente —nos dice P. Hicks—, junto con
el personal de ventas y oficinas, solían tener poco contacto directo con la
actividad de producción. En la mayoría de los casos, se le daba responsabilidad
plena a un superintendente para manufacturar los productos que pedía el
personal de ventas. Todas las funciones de planeación y de organización eran
ejecutadas informalmente por el superintendente, quien tenía que tratar con
mecánicos destajistas para intentar que se hiciera el trabajo. No había
funciones reconocidas de organización, y los métodos de trabajo los determinaba
cada mecánico sobre la base de experiencia personal, preferencia y tipo de
herramientas disponibles. (Hicks, 2000:6). En pocas palabras, la producción en
las empresas de la época se realizaba con base en inercias sustentadas en la
experiencia de los trabajadores y directivos, lo que sin duda provocaba
infinidad de desperdicios de material y tiempos muertos. Para lograr un mayor
rendimiento, es decir, para disminuir los desperdicios en los procesos de
trabajo, Taylor ubicó la solución no en buscar al trabajador ideal, sino en
diseñar e implantar sistemas de trabajo ideales; en sus propias palabras: “el
remedio para esta ineficiencia reside en la administración sistemática y no en
la búsqueda de hombres excepcionales o extraordinarios” (Taylor, 1994:130).
Taylor propuso que esa “administración sistemática”,
era “una verdadera ciencia, que descansa
sobre la base de leyes, reglas y principios claramente definidos […] aplicables
a todas las clases de actividades humanas, desde nuestros actos individuales
más simples hasta el trabajo de nuestras grandes corporaciones, que exigen la
más esmerada cooperación” (Taylor, 1994:130). Desde el punto de vista técnico,
la administración científica tayloriana del trabajo consistió en ubicar las
ventajas y los beneficios que conllevaba la descomposición de los procesos de
trabajo en actividades simples que pudieran mejorarse, medirse y realizarse,
sin necesidad de realizar costosas y tardadas sesiones de capacitación a los
trabajadores. En términos técnicos organizativos de los procesos de trabajo, el
taylorismo se fundamenta en
cuatro principios fundamentales que
deberían seguir los directivos (Taylor, 1994:149):
Primero: desarrolla, para cada elemento
del trabajo del obrero, una ciencia que remplaza los antiguos métodos
empíricos. Segundo: selecciona científicamente y luego instruye, enseña y forma
al obrero. Tercero: coopera cordialmente con los obreros para que todo el
trabajo sea hecho de acuerdo con los principios científicos que se apliquen.
Cuarto: distribuye equitativamente el trabajo y la responsabilidad entre la
administración y los obreros. Dicha propuesta simplificadora de los procesos de
trabajo sin duda significó una revolución en el mundo laboral y provocó una
verdadera explosión productiva. Ahora sabemos que unos años más tarde, las
ideas de Taylor fueron recogidas por Henry Ford, que las utilizó como base para
su modelo de producción en serie […] había nacido el precursor de la cadena de
montaje moderna, y Taylor era el auténtico innovador. Peter Druker calificó las
ideas de Taylor como “la contribución más duradera que América ha realizado al
pensamiento occidental desde los Federalist Papers”. La influencia de Taylor,
según este autor, fue mayor incluso que la de Henry Ford. La cadena de montaje
fue, simplemente, una extensión lógica de la gestión científica (Mol y
Birkinshaw, 2008:41). Ahora bien, un aspecto fundamental del taylorismo y que
ha sido prácticamente olvidado —lo cual es entendible desde la perspectiva de
los intereses de los patrones—, es el relacionado con la retribución económica
que deben recibir los trabajadores por realizar bien su trabajo, es decir, por
ejecutar repetidamente los mismos movimientos simples en que se descomponía su
tarea. Tan importante era para Taylor este aspecto retributivo para que su
propuesta organizativa del trabajo funcionara que, en obra cumbre, Principio
de la administración científica, la inicia con el siguiente párrafo: “El
principal propósito de la administración debiera consistir en asegurar el
máximo de prosperidad al empleador, unido al máximo de prosperidad para cada
empleado” (Taylor, 1994:133). Ante la propuesta política de que los intereses
de los trabajadores y los empresarios son antagónicas, Taylor afirmaba que, por
el contrario, la administración científica se fundamenta en la firme convicción
de que los verdaderos intereses de ambos son idénticos, que la prosperidad del
patrón no puede existir durante largo periodo de años a menos que vaya
acompañada de la prosperidad para el empleado, y viceversa; y que es posible
dar el obrero lo que más desea —altos salarios— y al patrón lo que más busca:
mano de obra barata (Taylor, 1994:134).
Como solución para lograr este máximo
beneficio mutuo entre trabajadores y patrones, propuso lograr entre ambos la
máxima productibilidad en las empresas, “es decir, cuando cada hombre y cada
máquina están rindiendo la mayor producción posible” (Taylor, 1994:134). Para
lograr estos “máximos de productibilidad”, Taylor propuso reforzar la
capacitación en los centros de trabajo, dado que, “el propósito más importante
de los obreros, como asimismo de los jefes de administración, debe ser la
capacitación y el desarrollo de las facultades de cada individuo, de manera tal
que pueda efectuar, al ritmo más rápido y con el máximo de eficiencia, el
trabajo
que mejor convenga a sus aptitudes
naturales” (Taylor, 1994:134-135). Taylor partía de la idea de que en las
fábricas existen muchas formas de hacer las cosas, es decir, de ejecutar una
tarea, pero siempre hay una mejor forma de hacerlo; y de que las formas
tradicionales partían del supuesto equivocado de dejar al criterio del
trabajador esa mejor forma, sin apoyarlo y sin asesorarlo. Por el contrario, él
proponía que “el trabajo debe ser efectuado de acuerdo con leyes científicas”
y, por lo tanto,” es necesario que haya una división mucho más equitativa de la
responsabilidad entre la dirección y los obreros
Esta cooperación personal
estrecha e íntima entre la dirección y los obreros constituye la esencia de la
moderna administración científica” (Taylor, 1994:143). Taylor suponía que un
sistema que generara mayor productividad de los trabajadores, traería como
resultado “el empleo de un mayor número de ellos, en lugar de provocar el
despido, destruyendo el sofisma de que una mayor producción por obrero sería
causa de desocupación” (Taylor, 1994:144). Sabemos que esto no es así o, en
todo caso, dependerá de las condiciones en que se encuentre la economía del
país, ya que en condiciones de crisis la demanda disminuye y producir más no
tiene sentido; por el contrario, los empresarios lo que intentarán es disminuir
su producción y, con ello, recurrirán al despido de una parte de sus trabajadores.
Cabe señalar aquí que el modelo taylorista de organización del trabajo tuvo y
tiene sentido en épocas de abundancia y de prosperidad, cuando la lógica del
funcionamiento de las fábricas es la producción en masa debido a que los
mercados exigen grandes volúmenes de producción. En estas condiciones, en
efecto, a mayor productividad, mayores ventas; a mayores ventas, mayores
ganancias para los empresarios, y materialmente es posible conceder mejores
salarios e ingresos a los trabajadores; y a mayores ingresos de los
trabajadores, mejores niveles de vida y mayor consumo y ventas, cerrándose un
círculo económico virtuoso. Pero esto tiene un límite debido, precisamente, a
la sobreproducción, ya que la producción, en la lógica de acumulación
capitalista, no se puede estar incrementando infinitamente; llega un momento en
que aparecen las crisis de demanda y de sobreproducción, y con ello la
necesidad de disminuir los ritmos de producción y luego la necesidad de
despedir trabajadores, por muy eficientes que sean y por muy motivados que
estén. Habrá que señalar aquí que Taylor no niega que pudiera haber situaciones
problemáticas aun aplicando sus métodos de trabajo, pero considera que eso
ocurre debido a que siempre existirán hombres perezosos e inhábiles, codiciosos
y brutales, por lo que se atreve a plantear la siguiente profecía: “Estoy
convencido de que, tarde o temprano, estos principios serán de uso general en
todo el mundo civilizado, para felicidad de todos” (Taylor, 1994:145). Profecía
que, por desgracia, después de 100 años podemos asegurar que no se cumplió.
El taylorismo:
implicaciones políticas
No hay duda; la propuesta técnica de
Taylor significó una revolución en la forma de organizar los
procesos de trabajo, lo que implicó incrementos de la productividad
similares a los que produjo la Revolución industrial del siglo xviii en
Europa, con la introducción de la máquina de vapor a las líneas de
producción. Pero la propuesta taylorista de fragmentar los procesos
de trabajo a su máxima expresión en términos de movimientos, tiempos y
espacios, colocó al trabajador como simple ejecutante,
enajenado, de tareas repetitivas y sin
sentido. El trabajador empezó, así, a perder el control de su proceso de
trabajo; dejó de ser el “propietario” de su proceso de trabajo y, con ello, de
su identidad como productor de la riqueza social. Por su parte, el directivo se
apropió del diseño y del control absoluto del proceso de trabajo y, con ello,
no sólo de las habilidades y del esfuerzo del trabajador, sino también de su
voluntad y de su conciencia. De Gaudemar lo plantea de la siguiente manera:
cuando Taylor deduce la necesidad de un
“estudio científico y sistemático del tiempo” —lo que va constituir uno de los
puntos centrales de su doctrina— hay que entender que los términos “científico”
y “sistemático” significan ante todo “sometido al control patronal”: sólo ese
control podrá determinar los tiempos mínimos, puesto que tales mínimos no
tienen sentido más que en relación al interés patronal (De Gaudemar, 1991:84).
Así, la propuesta de Taylor significó,
políticamente, el paso del control total del proceso de trabajo de las manos
del trabajador al cerebro de los directivos y al bolsillo del patrón; y con
ello, los trabajadores fueron despojados de su identidad como actores sociales
útiles, capaces de tomar en sus manos su propio destino. Este cambio
representó, históricamente, una involución sociopolítica en la identidad
laboral y política de los trabajadores, ya que con los sistemas de trabajo
basados en la propuesta de Taylor, el trabajador pasó de ser el ejecutor de
varias de las operaciones que componían la manufactura total del producto, a
ser el ejecutante de una sola operación en forma repetitiva durante toda su
jornada de trabajo.
De esta forma, el trabajador fue expulsado
de la lógica integradora del proceso de trabajo; se le despojó de la
posibilidad de entenderse como parte integrante del proceso de trabajo como un
todo y, con ello, empezó a perder su identidad como productor de un satisfactor
útil socialmente. Es decir, empezó a perderle sentido a su trabajo como
actividad útil socialmente; se le individualizó y se le aisló. B. Coriat es
contundente: “Doblegar al obrero de oficio, ‘liberar’ al proceso de trabajo del
poder que éste ejerce sobre él para instalar en su lugar la ley y la norma
patronales,
tal será la contribución histórica del
taylorismo” (Coriat, 1989:24). En esta perspectiva histórica, el taylorismo
significó una derrota política e ideológica para los trabajadores. Ya no sólo
vendía su fuerza de trabajo, sino que era despojado de su identidad como actor
transformador de la realidad social y con posibilidad de elegir su propio
destino. Se convertiría en “apéndice de la cadena tecnológica” al servicio de
los intereses del patrón.
El taylorismo y el toyotismo
Más de medio siglo después de que Taylor
diera a conocer su revolucionaria propuesta para organizar el trabajo, aparece
en la escena económica mundial Japón, usando como punta de lanza la calidad. En
los años setenta del siglo pasado, aparece la avalancha de productos japoneses
con estándares de calidad nunca vistos que ponen en severos problemas a las
empresas de todo el mundo, en particular a las de Estados Unidos. En menos de
veinte años, la economía japonesa ya era la segunda en el mundo por su nivel
exportador de manufacturas. Se habla de las empresas flexibles japonesas, cuyo
símbolo es la empresa Toyota, armadora de autos, en contraste con las empresas
rígidas de los Estados Unidos.1 El taylorismo parte de la siguiente lógica:
puesto que la ganancia se realiza en el mercado, al mercado hay que darle
exactamente lo que pide en cantidad y calidad, y eso sólo lo puede hacer una
fábrica ágil, ligera y flexible; a diferencia de la lógica de la empresa rígida
taylorista, que consiste en arrojar al mercado grandes cantidades de mercancías
con bajos costos de producción. Giovanni Alves define el toyotismo como “un
sistema de organización de la producción basado en una respuesta inmediata a
las variaciones de la demanda y que exige, por tanto, una organización flexible
del trabajo (inclusive de los trabajadores) e integrada” (Alves, 2000:29). Se
desarrollan, entonces, propuestas que giran alrededor de mejorar
sistemáticamente la calidad de las mercancías y se responsabiliza a los
trabajadores de su logro. Como se aprecia en la figura 1, la empresa flexible
toyotista se distingue por enfocar totalmente su funcionamiento a las
exigencias de calidad de los clientes, y para lograrlo delega la
responsabilidad en todos los trabajadores, a diferencia de la propuesta de
Taylor, que limitaba la responsabilidad del trabajador a realizar única mente
unas cuantas tareas repetitivas, tal como se le había capacitado, durante toda
su jornada laboral. Así, a diferencia de las propuestas tayloristas que se
basaban en implantar sistemas de trabajo que evitaran la intervención creativa
del trabajador, ya que las tareas estaban perfectamente diseñadas y el buen
trabajador era aquel que seguía al pie de la letra las instrucciones que se le
daban, las empresas toyotistas se basan en no sólo permitir, sino en estimular
su intervención creativa en los procesos de trabajo con el fin de que diseñe e
implante mejoras. Además, se promueve el trabajo en equipo y la capacitación
multitareas, en contraste con la visión taylorista de individualizar a cada
trabajador y darle una capacitación profundamente especializada en una sola
tarea.
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